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EL HUMO DE SU AUSENCIA

  • Foto del escritor: Estefanía Gomez Rosas
    Estefanía Gomez Rosas
  • 25 ago 2020
  • 2 Min. de lectura

“Pienso, mientras se va con el humo,

que quizás lo hubiese amado”

Raúl Gómez Jattin

Pienso, mientras el humo se desvanece en mi alcoba, su recuerdo aún no se esfuma con las cenizas de los años, el humo recrea una vida espléndida a su lado, nubes grisáceas de una boda, unos hijos, una casa y un auto. Pienso, bajo el humo de su ausencia, con su esencia en mis labios, lo amé demasiado, él nunca lo supo o quizás lo sabía, nunca lo sabré. Conocía todo sobre él, lo observaba y detallaba minuciosamente en cada momento que tenía posibilidad, tenía el número telefónico de su casa, en esa época no existían los smartphone, solo el teléfono fijo, una vez lo llamé, escuché su voz y colgué, conocía sus canciones favoritas desde Ella de Rata Blanca, hasta Kill for me de Marilyn Manson, conocía sus estados de humor, su rostro taciturno en días soleados, su mirada triste y profunda en días lúgubres y sombríos, a veces observaba una leve sonrisa en la comisura de sus labios, le encantaba la Filosofía y la Literatura, siempre lo veía con un libro bajo el brazo desde la Ética de Nicómaco, hasta el Ecce Homo de Nietzsche, desde El Túnel de Ernesto Sábato hasta ¡Qué Viva La Música! de Andrés Caicedo.

Era un erudito de quince años, yo era una niña de trece años, cursaba octavo de bachillerato. Lo observaba día tras día en los descansos, tenía treinta minutos para deleitarme con su presencia en el patio del recreo, contaba el tiempo pero cada segundo del descanso era un instante efímero, se esfumaba como el cigarro en mis manos. Yo estaba enamorada, él fue mi primer amor y cada minuto lo amaba más y más. Él era alto, blanco como la nieve y como la nieve frío, una vez rocé su mano, era metalero, su ropa era negra, él era mi príncipe oscuro, era un solitario, no hablaba con nadie, no hacia contacto visual, era enigmático, tocaba la guitarra en las izadas de bandera, al parecer se sentía más cómodo con el bajo, él nunca conoció mi existencia o quizás lo hizo, nunca lo supe y nunca lo sabré, yo lo quise, pero él nunca me quiso.

Han sido tantas las noches bajo el humo de su ausencia, con su esencia en mis labios y su recuerdo se evapora con las cenizas de los años, nubes de polvo evocan su recuerdo e ilustran un destino diferente al que fue, y mientras este efímero recuerdo se disipa, pienso, que quizás lo hubiese amado. Él era mi amor idílico, un amor platónico ¡no de los imposibles!, nuestro amor hubiese sido perfecto, y como lo dijo Platón, el Amor Eros es un solo Ser de ocho extremidades rodando armoniosamente por el mundo, en el eterno devenir del mundo y tendríamos un castillo de cristal, oro, plata y diamantes, nuestro amor sería sublime, lo hubiese amado y nuestro amor no se hubiese esfumado como el humo de mi alcoba, hubiésemos sido felices y nuestros cuerpos de carne y podredumbre hubiesen sido devorados por los gusanos, hubiésemos sido enterrados en el mismo sepulcro con un bellísimo epitafio: “Su amor fue tan hermoso y fugaz como la esquizofrenia de un perfume”.

 
 
 

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